viernes, 15 de enero de 2016

EL PIRATA GALVAO

Acababa de dar inicio el año 1961. Después de la II Guerra Mundial, toda Europa había sido limpiada de esos regímenes fascistas que Mussolinni y Hitler habían sembrado por todas partes. ¿Toda? ¡No! La Península Ibérica resistía todavía a la Democracia, la Libertad y todo lo que tuviera relación con el sentido común. Franco y Salazar, como firmes monumentos a la Sinrazón, habían conseguido salvar a sus régimenes de la oleada antifascista que barrió a los nazis.
Pero los pasajeros del trasantlántico Santa María eran un poco ajenos a todo esto, ya que, aunque el buque era portugués, ellos eran mayoritariamente anglosajones y no vivían en una dictadura política (tan sólo una dictadura económica como bien sabéis).
Así que para ellos fue un tanto sorprendente cuando, en plenas aguas del Caribe, 24 exiliados portugueses y españoles capitaneados por Henrique Galvao asaltaron el barco, se hicieron con él y proclamaron que apartir de este momento cambiaba su nombre por el de Santa Libertade y se colocaba al servicio de la libertad de Portugal, de España y la independencia de sus colonias.
El plan de Galvao era sencillo. El barco tenía destino a La Florida, donde no le esperarían hasta unos días después. Llamando por radio y anunciando problemas técnicos podrían ganar un par de días más, con lo que tendrían tiempo suficiente para alcanzar las colonias portuguesas en África sin que nadie se imaginara su presencia por aquellas aguas.
Una vez en África, Galvao contactaría con elementos del ejército portugués que le estaban esperando, y empezaría una sublevación que, esperaba, se extendiera por el resto del ejército. Sus hombres eran un tanto mayores, pero lo compensaban con sobrada experiencia (la mayoría eran veteranos de tres guerras antifascistas: la “de España” contra Franco, la II Guerra Mundial contra Hitler y Mussolinni y la Revolución Cubana contra Batista) y a Galvao le constaba que entre los soldados más jóvenes, reclutados a la fuerza, no le sería desagradable la posibilidad de un cambio.
Pero hubo un imprevisto en el abordaje. Galvao contaba con que su aplastante superioridad numérica y armamentística fuera suficiente como para que los marinos rindieran el barco sin lucha, al fin y al cabo era un trasantlántico de lujo, no un buque militar. Pero algunos de los marinos estaban armados y se produzco un pequeño tiroteo que acabó con dos de ellos malheridos.
Uno murió poco después, y el otro necesitaba urgentemente ser hospitalizado. Ante Galvao se abrío una horrible disyuntiva. Si tocaba algún puerto para dejar al herido, todo el mundo sabría lo sucedido y no podría llegar en secreto hasta África. Por el contrario, no podía dejar morir a aquel hombre. No sólo por motivos humanitarios, también porque para su causa era fundamental ganarse la simpatía del mundo libre, y realizar asesinatos de civiles no era el mejor camino para ello. Así que el Santa Libertade desembarcó a su herido en la primera isla que se encontró, y los periódicos de todo el mundo contaron la historia al día siguiente.
Ahora la disyuntiva se creo en otras esferas. Reinaba por la Casablanca el Presidente Kennedy, un hombre que tenía muy claro que eso de la libertad y la democracia estaba muy bien para que se lo creyera el vulgo, pero que lo realmente importante era luchar contra la Unión Soviética. Y claro, el gobierno de Salazar era un fanático enemigo de la URSS ¿por qué permitir al pueblo luso tener una democracia? ¿y si le daba por votar a alguien que no viera tan mal a los rusos? No, no, no podía permitirse que la aventura de Galvao tuviera éxito, no fuera a ser…
Pero claro, Galvao se había presentado como un defensor de la libertad. Trataba con gran amabilidad a los pasajeros secuestrados, comportándose como un verdadero gentleman ¡hasta hablaba inglés a la perfección!. Se ganó el corazoncito del pueblo norteamericano y para un presidente tan populista como Kennedy no era fácil ir contra él de una forma directa. Ante esta incertidumbre, la armada estadounidense se dedicó a conocer en cada momento la localización del trasantlántico y a facilitarle esa información a sus buenos amigos en Portugal.
Para su desesperación, Galvao vio como un destructor norteamericano le seguía permanentemente. Sabiendo que le sería imposible evadirse de un buque mucho más rápido que el suyo, decidió tomárselo con filosofía y se dedicó a invitar al almirante estadounidense a tomar el té. Este tuvo la ocurrencia de aceptar (varias veces) y de relatar a la prensa norteamericana lo maravilloso anfitrión que era el portugués, para desesperación de Kennedy. Le sería imposible criminalizar a Galvao.
Por si fuera poco, un periodista norteamericano cometió la audacia de saltar en paracaidas sobre el buque, y Galvao le concedió una entrevista, total, por ese buque ya pasaba todo el mundo. Lo de desembarcar en África cada vez se ponía peor.
Pero los días fueron pasando mientras el buque seguía rumbo a África, y la situación era cada vez más insostenible. Empezaba a existir una cierta presión mediática relacionada con los pasajeros. Vale que les tratara como un gentleman, pero eran personas con sus vidas que seguramente querrían salir del peligro. Por otra parte, se encontraba cerca un buque de la armada portuguesa y no parece que su almirante quisiera tomar el té con Galvao.
Al final Galvao tuvo que rendirse a la evidencia y giró rumbo a Brasil, para dejar marchar a los pasajeros y luego volver a África. Como era de esperar, le resultó imposible. Fuerzas portuguesas se quedaron esperando al trasantlántico dispuestos a echarlo a pique en cuantito saliera a aguas internacionales. Ya no tenía pasajeros que sirvieran de escudo.
Se dice (aunque yo nunca he encontrado confirmación) que la URSS tenía en la zona tres submarinos nucleares con órdenes (y capacidad) de defender al Santa Libertade. Pero si los rusos intervenían, los yankees se verían legitimados a hacerlo a su vez. Al fin y al cabo, la justicia internacional estaba con Salazar, el Santa María era un buque portugués que había sido asaltado ilegalmente.
Galvao comprendió que no tenía sentido seguir con este asunto y acepto el asilo político que le ofreció el gobierno brasileño para él y sus hombres.
Visto con perspectiva, aquello parece una loca aventura, absolutamente romántica y, como suele suceder, con casi ninguna opción de haber tenido éxito.
Sin embargo, no debemos olvidar que ese ejército con el que Galvao quería contactar fue el mismo que acabaría derrocando a Salazar. El 25 de abril de 1974 los jóvenes soldados que no querían ir a África a luchar por una patria que no les representaba, ocuparon los principales edificios de Lisboa y salieron a la calle a decirle a la ciudadanía que, por primera vez en 50 años, el ejército portugués estaba con ellos y no contra ellos. Se cuenta que una anciana le dio a un joven soldado un clavel y que este lo puso en su fusil, muchos siguieron su ejemplo y desde entonces ese día impresionante ha sido conocido como La Revolución de los Claveles


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