domingo, 3 de abril de 2016

desde Cáceres: EL TRISTE FINAL DEL SAHARA ESPAÑOL

Han pasado más de 40 años desde que el proceso de descolonización del Sahara “español” concluyó con la retirada final de España, el 28 de febrero de 1976, y la consiguiente ocupación, y anexión, del territorio por parte de Marruecos y Mauritania. Los pobladores saharauis vieron así frustradas sus aspiraciones de libertad y todavía están a la espera de que se celebre su ansiado referéndum de autodeterminación, respaldado por la ONU y que, “en teoría” se comprometió aceptar Marruecos tras el acuerdo de paz, de principios de los 90, con el Frente Polisario. Tristemente, el pueblo saharaui ha ido pasando progresivamente al olvido y parece que ninguna potencia está dispuesta a enfrentarse con Marruecos para defender las aspiraciones de los escasos pobladores de un territorio con, actualmente, gran valor económico y estratégico. ¿Hubiera sido diferente si la descolonización no hubiera coincidido con los últimos años de vida del dictador Francisco Franco y si la ONU hubiera puesto más de su parte? Nunca lo sabremos.
1 – Contexto histórico: la colonización española.
A finales del siglo XIX la rápida expansión industrial en Europa estaba generando una demanda cada vez mayor de materias primas. Este proceso económico, unido a la proliferación ideológica del nacionalismo exacerbado y del imperialismo, provocó la aparición de un nuevo colonialismo, esta vez centrado en África y Asia. Las principales potencias europeas aspiraban a tener un imperio colonial en África que aportara a su industria las materias primas necesarias para su desarrollo. Francia y Gran Bretaña ocuparon la mayor parte de África, quedando otros territorios en posesión de Alemania, Italia, Bélgica, Portugal y, en mucha menor medida, de España.
La colonización española del Sahara occidental comenzó en el año 1884 cuando el presidente Cánovas, influido por la “Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas”, decide establecer un protectorado en la zona que abarcará desde el Cabo Bojador hasta la bahía oeste de Cabo Blanco. Estableciendo este protectorado, el gobierno español pretendía hacer prevalecer sus intereses económicos en la costa del Sahara (en la que los pesqueros canarios solían faenar), ante el peligro real de que cualquier otra potencia europea ocupara la zona. Poco después, entre finales de 1884 y comienzos de 1885, se celebrará la Conferencia de Berlín, mediante la cual las principales potencias de Europa tratarán de solucionar los conflictos surgidos por la colonización, delimitando las zonas de influencia respectivas. Este reparto de África reconoció a España la posesión del Sahara Occidental, Guinea Ecuatorial y el norte de Marruecos.
Mientras se celebraba la Conferencia de Berlín, una expedición española, comandada por el teniente Emilio Bonelli Hernando, tomó posesión oficial del protectorado, construyendo su primer enclave en la península de Río de Oro (actual península de Dajla o “Dakhla”): unas instalaciones de madera que se convertirían en sede de la factoría de la Compañía Mercantil Hispano-Africana a la que el gobierno español había otorgado el monopolio comercial con la incipiente colonia. Este enclave, bautizado como Villa Cisneros, será posteriormente ampliado, y fortificado ante la hostilidad de las tribus nómadas saharauis, convirtiéndose en el foco principal de la presencia española en el sur del Sahara hasta comienzos del siglo XX. Por otro lado, entre marzo y abril de 1886, el cónsul José Álvarez Pérez logró firmar un acuerdo con las tribus nómadas saharauis mediante el cual se ponían bajo protección española los territorios situados entre el Cabo Bojador y el Cabo Jubi, una zona conocida como Saguia El Hamra. Poco después, en mayo-agosto de 1886, la expedición del capitán Julio Cervera pone bajo protección española los territorios de las salinas de Iyil y de Adrar-Temar, en el este del Sahara. Finalmente, tras llegar a un acuerdo con Francia en 1912, las posesiones españolas se completarán con la incorporación del territorio entre el Cabo Jubi y el río Draa, limítrofes con el Marruecos francés.
Pese a ser en teoría un vasto territorio, en la practica el protectorado español sobre el Sahara se reducirá a un puñado de asentamientos costeros fortificados. La constante hostilidad de bandidos y tribus nómadas, unida a la escasez de recursos destinados a la zona, por el coste que, entre otros, tenían para el erario público las intermitentes guerras en el Protectorado de Marruecos, impedirán que hasta mediados de los años 30, España ocupe de forma efectiva el territorio.
En 1934, la Yemáa, la asamblea de jeques de las tribus saharauis, firma su sometimiento amistoso al protectorado español. Ese mismo año, el comandante Antonio De Oro funda un nuevo establecimiento en una zona rica en agua y con buenos pastos: El Aaiún, la futura capital del Sahara Occidental. Dos años después, en 1936, culmina la ocupación efectiva del territorio interior del ya conocido como “Sahara Español”. En esos años aumenta la presencia militar en la zona y se tratan de mejorar las infraestructuras mediante la construcción de nuevas pistas aunque no se puede hablar de una verdadera colonización.
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Territorios españoles en el Magreb, fuente Wikipedia.
Será ya en la década de los 50 cuando la zona vuelva a recobrar importancia, tras el descubrimiento, en 1949, del enorme yacimiento de fosfatos de Bu-Cráa. En 1956 Marruecos obtiene la independencia y comienza a planear su expansión hacía Sidi-Infni y el Sahara Español. Territorios que aspira a conquistar, financiando y apoyando a los movimientos independentistas de estas zonas, como el Ejército de Liberación Sahariano. Las acciones hostiles de Marruecos y sus aliados saharauis culminarán en un conflicto armado: la guerra de Infi-Sahara (del 13 de noviembre de 1957 al 30 de junio de 1958). La tenaz resistencia de los legionarios españoles y la colaboración francesa permitieron a España obtener la victoria y conservar la mayor parte de sus territorios. Aunque Cabo Jubi se cedió a Marruecos en el acuerdo de Angra de Cintra, con el que se puso fin a la contienda, España siguió conservando Sidi-Ifni y el resto del Sahara Occidental, que, además, pasaban a tener status de provincias españolas. Paradójicamente, el mayor esfuerzo colonizador español en la zona coincidía con el fenómeno de la descolonización en África y Asia. Por otro lado, la ONU abogaba por la concesión de la independencia a las colonias y por ello, España, miembro de la ONU desde 1955, trata de esquivar las presiones de ésta organización argumentando que los territorios del Sahara no son colonias, sino provincias que forman parte del Estado. Sin embargo, a raíz de la Resolución 1514 (XV) de 1960 de la Asamblea General de la ONU, que reconocía la libre determinación de todos los pueblos, y la inclusión del Sahara en la lista de territorios no autónomos, las presiones sobre España se renuevan. Por un lado la ONU solicita la autodeterminación para el Sahara, por otro Lado, Marruecos y Mauritania aspiraban a anexionarse el territorio. Entre estos dos fuegos, comenzaba el proceso de descolonización.

2 – La descolonización del Sahara.
En 1965, la ONU proclamó el derecho de autodeterminación del pueblo saharaui mediante la resolución 2072 y, en diciembre de 1966, mediante la resolución 2229, instó a España a permitir la celebración de un referéndum para el Sahara. En 1968 los movimientos independentistas saharauis se agrupan progresivamente en torno a la figura del intelectual Mohamed Sid Brahim Basiri, dándose lugar a la creación de la Organización de Vanguardia para la Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro, que propugnaba por una solución negociada y democrática del conflicto.
Por otro lado, en 1969, mediante el Tratado de Fez, España devuelve gratuitamente la soberanía de Sidi Ifni a Marruecos, en un intento de acercar posturas entre ambas partes. El nuevo buen entendimiento entre los dos países se saldó finalmente con la firma de un convenio de pesca de diez años de duración. Sin embargo, Marruecos no cesaría en sus intentos de pretender anexionarse el Sahara.
El 17 de junio de 1970, coincidiendo con un acto propagandístico del régimen franquista, celebrado en El Aaiún, en el que notables saharauis manifestaban su adhesión a España, la organización de Basiri realizó una manifestación en contra de la colonización española. Los intentos del gobierno por disolver a los manifestantes dieron lugar a violentos altercados que se saldaron con varios heridos y contusionados por ambas partes. Finalmente, el delegado del gobierno ordenó a una compañía de la Legión Española disolver a los manifestantes. Ante la lluvia de piedras de los manifestantes, los legionarios acabaron abriendo fuego, causando la muerte de cuatro personas e hiriendo a otra veintena. Basiri por su parte fue detenido y se le hizo desparecer, siendo presuntamente fusilado, el 29 de julio, y enterrado entre las dunas de la carretera entre el Aaiún y la playa. Esta brutal represión franquista fomentó que muchos independentistas saharauis abandonaran la vía pacífica y comenzaran la lucha armada contra el gobierno español, fundando, el 10 de mayo de 1973, el Frente Polisario. Un movimiento que, basándose en la guerra de guerrillas, hostigará desde entonces a las autoridades españolas.
Ante el deterioro de la situación, España, que desde 1970 se estaba planteando conceder un estatuto de autonomía al Sahara, decide finalmente, el 20 de agosto de 1974, convocar un referéndum de autodeterminación a celebrar dentro de los seis primeros meses de 1975. Un hecho que contó con la oposición furibunda de Marruecos y Mauritania.
Finalmente, Hassan II, rey de Marruecos, organizó la denominada “Marcha Verde”, mediante la cual 350.000 civiles desarmados invadieron pacíficamente el Sahara entre los días 6 y 9 de noviembre de 1975. Pese a la condena del Consejo de Seguridad de la ONU, Marruecos, que contaba con el apoyo secreto de EEUU, sabía que en esos momentos España no podría dar respuesta a la invasión. No era un momento para entablar guerras coloniales, ya que su dictador, Franco, estaba agonizando. El nuevo jefe del Estado, el rey Juan Carlos I de Borbón, será el encargado de llegar a un acuerdo con Hassan II.
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La Marcha Verde, fuente diario El Mundo
Unos días después, el 14 de noviembre de 1975, los Acuerdos de Madrid sellaron el abandono del Sahara por parte de España, contando como fecha límite el 28 de febrero de 1976. Por su parte, Marruecos se apropiaría del norte del territorio y Mauritania del sur, la zona de Villa Cisneros. Nadie se molestó siquiera en preguntar su opinión a los legítimos dueños del territorio: los saharauis.

3 – De la ocupación hasta nuestros días.
El mismo día que los españoles arriaron su bandera, los saharauis proclamaron la República Árabe Saharaui Democrática desde el campamento de Bir Lehlu, cerca de la frontera con Argelia, el país que se convirtió en el principal aliado de los saharauis. Obviamente, la autoproclamada república no fue reconocida ni por Marruecos ni por Mauritania que procedieron a ocupar el territorio con sus fuerzas armadas. Los independentistas saharauis buscaron refugió en Argelia, estableciéndose en los campamentos de Tinduf, y el Frente Polisario comenzó una nueva guerra de liberación.
En agosto de 1979, Mauritania, cansada de la contienda, se retiró de su parte ocupada del Sahara. Pero esta zona, en vez de pasar a manos de los saharauis, fue anexionada por Marruecos.
A comienzos de los 80, el gobierno de Marruecos cansado de los cruentos combates con las guerrillas saharauis decidió construir una línea de fortificaciones, que abarcaba la friolera de 2.720 kilómetros, desde la que detener las incursiones guerrilleras en su territorio. Al otro lado de los muros quedó el territorio controlado por el Frente Polisario, una estrecha franja de terreno de unos 90.000 km2 ubicada al este, en la frontera con Argelia y Mauritania, en el que los nómadas saharauis subsisten en gran medida por el apoyo internacional de muchas ONG´s. También allí esta su capital provisional: la pequeña localidad de Bir Lehlu.
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Fortificaciones Marroquíes, fuente Wikipedia
Mientras la contienda militar se estancaba, sin progresos para ninguna de las dos partes, en el plano político, la República Saharaui fue reconocida por un buen número de países y, en 1982, por la Organización para la Unidad Africana, precursora de la actual Unión Africana.
Finalmente, el 30 de agosto de 1988, la ONU consiguió que ambas partes aceptaran un proyecto de plan de paz que contemplaba un alto el fuego, que entraría en vigor en septiembre de 1991, y la celebración de un referéndum de autodeterminación en el territorio. Para supervisar el proceso la ONU enviaría una misión a la zona, la MINURSO (Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum del Sahara Occidental).
Tras muchas dificultades, en enero del año 2000, se publicó una primera lista provisional de 86.386 personas con derecho a participar con su voto en el referéndum. Sin embargo, Marruecos se dedicó de nuevo a entorpecer el proceso, fomentado el asentamiento en el territorio de civiles marroquíes a los que quiere hacer partícipes del referéndum con objeto de influir en el resultado. Año tras año, el tan ansiado referéndum ha ido quedando pospuesto sine die.
En un nuevo intento de relanzar el plan de paz, el enviado especial de la ONU, el norteamericano James Baker, propuso un plan de paz basado en una autonomía para el Sahara Occidental dentro de Marruecos, como fase previa a la celebración de un referéndum. Una solución insuficiente para el Frente Polisario, y más acorde con la posición de Marruecos, que defiende una solución política basada en una autonomía no negociable en el marco de la “soberanía marroquí”.
165.000 saharauis siguen esperando una solución al conflicto desde los campos de refugiados de Tinduf, donde las condiciones de vida cada vez son más difíciles. Se sienten traicionados por España y olvidados por las grandes potencias de Occidente. Necesitan una solución ya, no les olvidemos.
Para acabar, me gustaría incluir el relato de un viajero: Paul Martins, autor de 8.000 millas, que ha estado en la zona hace pocas semanas:
“En una visita que realicé recientemente a El Aaiún (Layounne) se percibe una tranquilidad propia de una pequeña ciudad del sur de España. Ni siquiera la presencia discreta, pero omnipresente, de policía secreta, y fuerzas armadas, parece alterar la aparente armonía existente entre la población de El Aaiún. Una ciudad en donde los activistas de las ONG son devueltos a su país de origen nada más aterrizar y donde el proceso de ¨marroquización¨ unido a los millares de banderas marroquíes que decoran las calles, dan la impresión al visitante de que el Sahara Occidental y sus habitantes se sienten definitivamente marroquíes.
Con edificaciones de no más de 5 plantas, rodeados de desierto en la cuatro direcciones, la notable inversión en infraestructuras del Gobierno de Rabat, quizás para mantener a la población contenta, se aprecia por todas partes, una plaza nueva, una enorme desalinizadora o unos terrenos deportivos propios de cualquier capital española.”
A continuación algunas fotografías de El Aaiún en nuestros días, cortesía de nuevo de Paul Martins:
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Vista de El Aaiún (o Layounne) desde el Estadio Nacional.
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El OLVIDADO GENOCIDIO ARMENIO, GERMEN DEL ISIS Y EL TERRORISMO ACTUAL

El 24 de abril de 1915, las autoridades otomanas mandaron detener a varios cientos de intelectuales y miembros destacados de la comunidad armenia de Estambul y ordenaron su deportación al desierto, donde murieron. Ese día se iniciaba un proceso de exterminio que, algunos meses más tarde, alcanzaría tal ritmo e intensidad que acabaría por convertirse en el primer genocidio del siglo XX. Millón y medio de armenios y varios cientos de miles de griegos del ponto y cristianos asirios, súbditos todos de la Sublime Puerta, perdieron la vida en los desiertos de Siria o en las aguas profundas del Mar Negro. Acosados por kurdos y beduinos. Tiroteados y golpeados por los soldados turcos. Devorados por las fieras, comidos por la fiebre, el hambre y la sed. Los “Jóvenes Turcos” lograron desinfectar Asia Menor, limpiarla de cualquier tipo de presencia no turca. El rígido “Estado nación” se imponía sobre el flexible y anticuado Imperio Otomano. Un territorio, una lengua, una raza. Como en la civilizada Europa la modernidad se abría paso a dentelladas.
Lo sintomático es que los ideólogos de aquella atrocidad no eran oscuros hombres del desierto fanatizados por el radicalismo religioso, ni miembros de endogámicas comunidades rurales. Muchos de los “Jóvenes Turcos” habían estudiado en academias prusianas, hablaban idiomas y estaban fascinados por las flamantes constituciones europeas. Querían modernizar el Imperio, hacerlo eficiente y avanzado. Creían que, para conseguirlo, lo mejor era homogeneizar étnicamente a la población, eliminar a los diferentes. Turquía para los turcos, los hijos de Turán. En 1915 Hitler andaba pasándolas un poco canutas en el frente francés. Dicen que dos décadas después, ya convertido en lo que todos sabemos, decidió compartir con sus compadres sus planes para el pueblo judío. Uno de ellos, ingenuamente, le preguntó: “¿Podrá perdonarnos el mundo por ello?” A lo que Hitler respondió: “Por supuesto que sí, ¿Acaso alguien recuerda hoy el genocidio armenio?”
Hitler estaba equivocado. También en eso. El mundo, cien años después, recuerda el genocidio armenio. Aunque no todos aceptan su mera existencia. Nombrarlo en Turquía significa no solo afrontar el peso de la ley sino arriesgarse a un linchamiento físico e intelectual. De hecho, tan solo veintidós países en el mundo han reconocido oficialmente la existencia del genocidio armenio. Uruguay fue el primero de ellos, en 1965. Otros países destacados son Francia, donde la comunidad de origen armenio es muy numerosa, Suecia, Canadá y, por motivos obvios, Grecia. En Argentina, territorio de acogida de cientos de miles de armenios, una ley nacional declaró el 24 de abril como “Día de acción por la tolerancia y el respeto entre los pueblos”. Los países que no reconocen su existencia son, tristemente, mayoría. Turquía es mal enemigo y buen aliado. Conviene no perturbarle con antiguas cuitas. Lo más triste es comprobar que ni España, por lo que nos toca, ni Israel, para el que la palabra genocidio adquiere tintes casi metafísicos, han aceptado, a día de hoy, la existencia del genocidio armenio.
Quien sí lo ha hecho ha sido el Vaticano. Y no solo eso. El pasado día 12 de abril, el papa Francisco se convertía en el primer Sumo Pontífice en utilizar la palabra genocidio para referirse a aquellos hechos. En una misa oficiada en la basílica de San Pedro junto al patriarca de la Iglesia armenia, conmemoró el centenario del “primer genocidio del siglo XX” y manifestó en voz alta y clara que “esconder o negar el mal es como dejar que una herida continúe sangrando sin curarla”. En el mismo acto, el Papa proclamó al monje y filósofo armenio, Gregorio de Narek, como Doctor de la Iglesia Universal. Sin duda en este paso adelante de Bergoglio ha influido sobremanera su ascendencia argentina y el contacto que mantuvo con la comunidad armenia de dicho país. Un hecho que le honra y le eleva muy por encima de muchos otros papas.
Hablar hoy del genocidio armenio puede parecer inútil. Pero no lo es. Un siglo después de aquella catástrofe, en los mismos desiertos barridos por el sol y el viento, la guerra y la destrucción siguen siendo la principal ocupación de una población aterrorizada por el fuego y las bombas. Un lustro lleva Siria en guerra civil y casi tres décadas Iraq. Bashar Al Assad y su régimen obsoleto se enfrentan a un heterogéneo conglomerado de siglas y facciones religiosas bajo la mirada atenta de Irán, Arabia Saudita, Rusia y Occidente. La brutalidad esquizofrénica del Ejército Islámico nos obliga a volver la vista atrás y comprobar que estamos muy lejos de poder decir que el mundo es hoy un lugar mejor de lo que fue. Hace un siglo una pandilla de esnobs hundían sus ojos indolentes en las dulces aguas del Bósforo imaginando que la muerte de millones de personas permitiría construir una gran Turquía. Hoy, ni siquiera podemos saber por qué matan quienes matan. La misma zona del planeta, la misma muerte arbitraria, cien años después.
En El Agitador queremos recordar hoy a los millones de armenios, griegos y asirios asesinados por los turcos hace un siglo. Y también a los millones de deportados que se buscaron la vida como pudieron y hoy mantienen viva la llama del recuerdo del primer genocidio del siglo XX, el siglo de los genocidios. Va por ellos.





EL TRISTE FINAL DEL SAHARA ESPAÑOL

El 6 de noviembre de 1975, 350.000 marroquíes concentrados en Tarfaya iniciaron, en coches y a pie a través del pedregoso desierto, la Marcha Verde en dirección a El Aaiún, capital de la provincia colonial española donde los milicianos saharauis del Frente Polisario comenzaban a movilizarse para resistir. Entres ambos, las desorientadas tropas españolas incapaces de manejar la inteligente maniobra "pacífica" ideada por el monarca Hasán II para lograr su retirada definitiva. ¿La guerra anduvo cerca?
El conflicto bélico fue la excusa de una parte de los políticos franquistas para largarse del Sáhara
"Que pudiera haber un conflicto bélico fue la excusa de una parte de los políticos franquistas para largarse de allí. Marruecos había situado en el 75 divisiones militrares en la frontera norte de la colonia española. Pero lo cierto es que hubiera sido muy raro que el país norteafricano atacase debido a su manifiesta inferioridad militar, palpable en tierra y abismal en mar y aire. Hasan II no era tonto, al contrario. Era un diplomático muy hábil que jugó la carta de la voluntad marroquí de apropiarse el Sáhara, de no cejar en el empeño contando con que los españoles estaban a otra cosa".

Recibimiento en el aeropuerto de El Aaiún a las autoridades españolas
Recibimiento en el aeropuerto de El Aaiún a las autoridades españolas
Nada resultó obvio en todo aquel desastre. José Luis Rodríguez relata el papelón de los diplomáticos españoles en Naciones Unidas que trabajaron por una desconolización que legara el territorio a manos saharauis hasta el último momento, hasta que sonó el teléfono y desde España les ordenaron que no insistieran más en el tema. Las élites políticas españolas barrían así a toda prisa los problemas exteriores para centrarse en el misterioso horizonte que estaba a punto de abrirse a la muerte de Franco. 
Y España no sólamente no descolonizó sino que entregó el territorio y lo perdió todo. "Fue una doble dejación de responsabilidad", denuncia Rodríguez: "de la diplomacia y de la economía. Porque España había metido mucho dineroen el Sáhara en los años 60 y 70, en sanidad, educación, carreteras, minas, etc. Cuando los ingleses se marchaban de un país firmaban siempre convenios de colaboración con ese país que les beneficiaban. Nosotros se lo regalamos todo a Marruecos". 

Clase de árabe en el Colegio Menor de la Sección Femenina